“Vamos a desembarcar en una isla virgen y caminarla, y les voy a mostrar como la flora empieza el trabajo de colonización y, finalmente, vamos a terminar en la selva, como en Misiones….”, con estas palabras Pablo Latzina me invitaba al ya clásico Safari Náutico, uno de los paseos imperdibles que desde hace casi treinta años se pueden practicar todos los días en la ciudad entrerriana de Colón.
Esta “experiencia” y otras surgieron cuando coincidieron Charly, que hoy está jubilado y Pablo, que al día de hoy mantiene viva la misma llama que los unió.
“No tienen idea los lugares únicos que esconde el río, sus arroyos y lagunas. Ahora vamos a ir a un lugar increíble que se llama los "Bancos del Caraballo", donde bancos de arena y médanos interminables le aportan postales únicas y extrañas a nuestro hermoso río Uruguay” terminó de explicar Pablo antes de que todos los visitantes estuviésemos arriba de la embarcación semirrígida que estaba a punto de dejar la costa.
Mirarlos desde arriba y caminarlos
Tuve la suerte de verlos desde el aire antes que caminarlos, y la verdad, ambas sensaciones son realmente únicas.
Se trata de figuras que adquieren formas y texturas pocas veces vistas por el ojo humano, de esas que se ven en los documentales de naturaleza tipo National Geographic o semejantes.
Por ello, cuando me enteré de que era posible ir hacia ellos, y que en la ciudad había una empresa de aventura (llamada Ita I Cora Aventura) no lo dudé.
Hablé con Pablo y en cuestión de minutos ya formaba parte del grupo que hoy mismo saldría a “entender el río y sus secretos”.
Nada más ni nada menos
Bordeamos la isla Queguay Grande, que se encuentra frente a la ciudad de Colón, y en cuestión de minutos podíamos apreciar la inmensidad blanca de la arena que mostraba una quietud pocas veces vista en el río.
Con cientos de aves que a orillas del río hacían lo suyo y con la vista inigualable del arroyo Caraballo comenzamos a caminar arriba de los bancos de arena, algunos realmente parecían médanos.
Allí fue que empezó una clase magistral de naturaleza viva.
Pablo, quien había oficiado de guía, comenzó a deslumbrarnos con sus conocimientos y también con su humildad para responder a cada una de las preguntas de los presentes.
Los nombres de los árboles, los pájaros y las islas se fueron sucediendo armónicamente, sin cansar a los presentes. Por el contrario, el deleite era total.
Así llegamos a entender cómo se forma una isla. Los bancos de arena no son otra cosa que los sedimentos que viene arrastrando el río Uruguay desde su nacimiento en el norte que son colonizados por algunos árboles (siempre los primeros son los sauces) hasta que estos se multiplican para convertirse en la famosa y muchas veces escuchada "selva en galería", nuestro próximo destino.
Ahora a la Selva…
Carpintero real, garza bruja, martín pescador, biguá, tero real, chorlito de collar, pica palos, halcón, garza mora y muchísimos más sonidos y músicas comenzaron a ganar el aire mientras nos acercábamos a una orilla verde.
“Este lugar que ven ahora, lleno de plantas, olores y pájaros, antes fue un banco de arena, como los que dejamos hace un rato. Ahora todo es verde, de los más claros a los más intensos y oscuros. Escuchen a la naturaleza y a sus protagonistas…”, dijo Pablo, y lo logró.
Y así, agachándonos cuando la situación lo requería, comenzamos a adentrarnos en una hermosa selva en galería que no es otra cosa que la continuación del sistema selvático que comienza en Misiones y cuyos vestigios lleva el río Uruguay aguas abajo.
Casi sin imaginarlo, en medio de la maleza, las lianas y los cientos de helechos que reinaban apareció una pequeña laguna formada con agua de lluvias donde un pequeño lobito de río se encargó de ser el protagonista de todas las fotografías.
Así fuimos dejando la selva, con ganas de quedarnos un rato más, pero el sol caía y la noche comenzaba a encender las luces de esta ciudad maravillosa llamada Colón cuyo río único desde hace miles de años posee tesoros incontaminados y aún vírgenes para el hombre.
Texto: Pablo Etchevers
Fotos: Gentileza Pablo Latzina